La pobreza de contacto con el mundo sensorial es una de las amenazas de nuestra civilización tecnológica, que ha endiosado las pantallas de móvil y ordenador. Basta subir a un metro o tren para comprobar la devoción por estos artilugios. Cada cual a lo suyo. Ensimismados con su pantallita. Ultraconectados en el plano virtual, y desconectados en lo tangible, ajenos al mundo que se alza frente a sus ojos, allí mismo, al alcance de la mano.
Enloquecidos por la vorágine de la rutina diaria, con mil obligaciones y distracciones absurdas, vamos perdiendo la vida sin vivirla. Madrugas para ir a trabajar, corriendo haces el desayuno, ducha express, metro, autobús o coche. Llegas a tu empleo. A muchos les toca sentarse frente a otra pantalla ni más ni menos que ocho horas. Luego, aún queda ir al supermercado, poner una lavadora, recoger la casa… No puedes con tu alma así que te desplomas en el sofá y zapping, otra dosis de pantalla. Reventado te vas a la cama, pensando que todo es un sin sentido. A la mañana siguiente ya no te planteas nada. Vuelta a comenzar.
Parece que hacemos muchas cosas y que no somos holgazanes. Sin embargo, es la pereza la que nos mantiene como un ejército de muertos vivientes. Pereza de salir de nuestra zona de confort, que se ha convertido en nuestra propia cárcel.
Un día el maestro tibetano Dudjom Rimpoché viajaba por Francia con su esposa, admirando el paisaje mientras conducía. Pasaron ante un extenso cementerio que estaba recién pintado y adornado con flores. Su esposa comentó:
-Rimpoché, mira qué pulcro y qué limpio lo tienen todo en Occidente. Hasta los lugares donde depositan los cadáveres están inmaculados. En Oriente ni siquiera las casas donde vive la gente están limpias.
-Ah sí- respondió él-, es verdad. Éste es un país muy civilizado. Tienen unas moradas maravillosas para los cadáveres de los muertos. Pero ¿no te has fijado? Tienen moradas igualmente bonitas para los cadáveres de los vivos.
Nos hemos acostumbrado a atiborrar nuestra agenda con mil ocupaciones banales, que nos entretienen y despistan, y así poco a poco vamos dejando en el olvido las cosas esenciales. Es más, en ese ritmo trepidante y deshumanizado nos desentendemos de nuestro cuerpo, a quién maltratamos y descuidamos.
Le hemos dado tanto espacio a nuestra mente, a lo intelectual, que, a menudo, nos olvidamos de que somos cuerpo también. Esto lo observo a diario en las sesiones de terapia, a la que suelen acudir algunos de mis pacientes con su cháchara imparable. Y perdid@s en ese diálogo incesante de la mente, les cuesta poner atención a sus sensaciones corporales.
Esta falta de contacto con sus músculos, huesos, vísceras, con su piel, lleva a no pocos pacientes a acudir a las sesiones de terapia extenuados. Su cuerpo no puede más. La mente tiránica no les deja descansar. Les atosiga. “Estás perdiendo el tiempo. Hoy tenías que hacer esto y lo otro”, “Venga, no seas floj@“, “¿Cómo puede ser que estés cansad@?…” Y sometidos a la dictadura del “debería” desatienden necesidades corporales: alimentarse bien, descansar, conectarse con el placer. La falta de escucha interna lleva a muchas personas a seguir tirando del carro como mulas, a pesar del agotamiento por estrés.
No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma
Jiddu Krishnamurti
Ante esta locura que nos afecta a la mayoría, te propongo un pequeño juego. Tómate unos minutos para reflexionar. ¿Qué harías si te dijeran que te queda un año de vida? Anota cómo y en compañía de quién te gustaría ocupar tu tiempo preciado. Y si en lugar de un año, ¿supieras que la muerte acude a tu puerta en un mes? . ¿Seguirías haciendo lo mismo? ¿Qué eliminarías de tu agenda? Ahora te lo ponga aún peor. Tu último aliento expira en un una semana. Reflexiona. ¿Qué querrías sentir o hacer en esos preciados días de existencia?
Este simple ejercicio no es ninguna banalidad. Todos sabemos con certeza que venimos a este mundo con fecha de caducidad. Así que dime, ¿qué te impide empezar a honrar tu vida ahora mismo?
Sandra Valent, terapeuta Gestalt. Trabajo en Barcelona y en Sant Cugat del Vallés. Sesiones en Gestalt Barcelona (Pl. Urquinaona 10) y en Espai Vincles (C. de la Mina 25). Si quieres saber más puedes contactar conmigo en el tel. 678377795 o escríbeme a info@terapiagestaltbarcelona.eu