El mundo contemporáneo va muy rápido. Una celeridad que contrasta con el movimiento armonioso de la naturaleza, a la que pertenecemos, por mucho que la queramos ignorar. Si eres de aquéllas personas que no tienen un hueco libre en la agenda, pregúntate para qué tanta actividad, ¿cómo es que no dejas espacios en blanco?, ¿qué estás evitando?, ¿de qué huyes?.
Queremos llenar nuestra vida de experiencias, de cosas, de personas, y nos contamos de todo para seguir en ese ritmo frenético. “No tengo tiempo que perder”, “la vida son dos días”, “quiero vivir a tope”. La realidad es que funcionamos por inercia, como unos autómatas. Estar en la acción constante te impide tomarte un tiempo para observarte, comprenderte y saber cuáles son tus anhelos profundos. Y te pierdes lo más importante, tenerte en cuenta.
El vacío puede generar mucha angustia si uno sólo piensa en cómo llenarlo de manera compulsiva. Yo me pasé muchos años huyendo de él y para evitarlo estaba en constante movimiento. El resultado fue ir dando bandazos sin mucho ton ni son hasta quedar agotada física y emocionalmente. No me permitía parar a escucharme, porque me aterrorizaba ese vacío, que yo asociaba con el sin sentido.
La educación actual tampoco ayuda en este aspecto. Llenamos a los niños de actividades extraescolares, de estímulos, de cosas. “Que no se aburran”, nos decimos. ¡Dejemos que los niños se aburran! Es ahí donde podrán desarrollar su creatividad y todo su potencial.
El vacío, que en nuestra cultura se asocia con la nada, tiene muy mala fama. Es lo que Fritz Perls, creador de la terapia Gestalt, llamó el vacío estéril. Pero y ¿si lo asociamos con un espacio en blanco donde todo está por escribir, por hacerse, por emerger? Entonces ese vacío se transforma en una oportunidad de nacimiento. Es el vacío fértil. Un pintor o un escritor tienen que enfrentarse a ese lienzo o esa página en blanco para poder crear algo. Todos nosotros podemos ser artistas, creadores de nuestra propia realidad, siempre y cuando vivamos con conciencia y atención plena.
El estrés es un gran enemigo de la creatividad. Está claro que para poder abandonar ese hábito compulsivo de llenar nuestra vida de experiencias, sensaciones, cosas o personas, primero tenemos que enfrentarnos a ese miedo a parar y a lo que hay detrás. Sentarnos frente al espejo y aceptar lo que somos y lo que hay.
Sin este vacío y el no saber no se creará el espacio necesario para que florezca lo nuevo y genuino.
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