Aquí os dejo «Rozando el abismo». Lo escribí fruto de la angustia que vivimos en casa, mi madre, mi hermana y yo, por estar sin recibir apenas noticias de mi padre, aquejado de demencia, que contrajo el coronavirus de manera leve. Se pasó un mes entero entre hospitales y centros socio-sanitarios para cumplir una cuarentena infinita. Nos lo devolvieron flaco, con mil años encima, una barba de náufrago y roto de tristeza.
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ROZANDO EL ABISMO
Tú, mamá,
complaciente incansable,
la de la eterna sonrisa.
“Al mal tiempo buena cara”.
Paciencia hecha trizas,
dos meses sin abrazarlo,
Cuidadora sin servicio.
Culpa, vacío.
Él, dos meses confinado.
Secuestrado en habitaciones.
Geriátrico Aragón, hospital de Sant Pau,
Clínica del Remei, L’Aliança.
Con suerte, una videoconferencia por semana,
como mucho y gracias.
No te habla.
Sólo quiere volver a la cama.
Abandonar esta tierra maldita,
confusión entre dos mundos,
el los vivos y los muertos.
Cerrar los ojos. Marcharse.
Hoy está atado a una silla
por si sale de su cuarto y contamina.
“¿Me reconoce?”, te preguntas.
Y el vacío llenándolo todo.
No sabemos si lo poco
que quedaba de él,
sigue aquí con nosotras
o naufragó con el coronavirus.
“Quiero que me reconozcas
cuando nos veamos, papá”.
El virus en sí no le hizo nada a tu cuerpo,
pero sí a tu alma.
Paseo de Gracia,
ocho de la tarde.
Muchos aplauden.
Quiero preguntarles, ¿y tú, a quién votaste?
Ayer fui a verte, mamá,
te abrazo,
el amor no mata.
Ya no quieres sonreír,
deambulas desesperanzada,
recluida, sin ver a tu marido ni a tus hijas,
caminas rota, rozando el abismo.