Unos días atrás una niña hermosa me preguntó la edad. Le respondí que pronto cumpliría 50. Ella, tan sincera, contestó sorprendida: “Ya te quedan menos años de vida de los que has vivido”. Wow, cuánta verdad. Todo es efímero. Disfrutemos, pues, mientras estemos a tiempo.
La vida está para enseñarnos a amar y volver a ser felices. Esa mirada tierna que regalamos a un bebé es la que tenemos que darnos a nosotras mismas. Maternarse bien. No hay nada más safisfactorio que maternarse bien. Y nos lo merecemos. Es un milagro respirar cada día.
Yo ya no quiero desperdiciar el tiempo sufriendo por agradar a quien no le agrado, fingiendo ser alguien que no soy para encajar donde no encajo o esforzarme por demostrar no se sabe qué ni para qué. Ya he demostrado todo lo que tenía que demostrar. No al mundo, a mí misma. Ahora toca vivir y pasarlo bien.
Llego a los 50 en un momento especialmente dulce, con mucho amor dentro de mi pecho. Suena cursi, pero es así. Pasé muchos años, durante los veinte y los treinta, buscando, perdida, angustiada por el sin sentido. A los cuarenta comencé a encontrarme. Decía de bien chiquita: “La vida sin amor no tiene sentido”. Cuánta sabiduría…
Llegamos al mundo con nuestros dones y con un manual de instrucciones, que es lo primero que perdemos. Todo estaba en mí. Era volver a mí. Y el AMOR estaba allí dentro, a salvo, aguardándome.






