Me ha parecido oportuno ilustrar el tema del que hoy quiero hablaros con una escena de la comedia “Descalzos por el parque” con Robert Redfort y Jane Fonda (1967). Se trata de una pareja de recién enamorados, que debe lidiar con los conflictos que surgen entre los dos a raíz de la convivencia por la diferencia de caracteres.
Es algo común. De manera inconsciente, tendemos a elegir parejas con cualidades opuestas a nuestro carácter para complementar y compensar aquellos aspectos que a mí me faltan.
De este modo se pueden dar parejas, por ejemplo, donde uno de los miembros es intenso, expresivo, demandante, tal vez ¿excesivamente azucarado?, y ¡bam! se enamora de alguien que es calmado, poco efusivo o contenido a nivel emocional y que necesita su espacio como el aire que respira… Ya podéis imaginar el choque de trenes en una relación cuando una necesita ir pasito a pasito y la otra persona quiere avanzar a velocidad de crucero. Una tiene reservas porque anda con miedo a sufrir y a perder su zona de confort. Y tantas prisas y presión la espantan. Y la otra actúa a la desesperada lanzándose al abismo sin paracaídas por miedo a estar sola o sentirse abandonada. ¿Te suena la historia?
Nos parapetamos en defender nuestra posición, pensando que nuestra manera de actuar es la correcta y perdemos de vista a la otra persona. “Si no contesta rápido los wattsapps, no le importo. A la mierda…”, “Si no quiere verme cada día, no me quiere”, o por el contrario, “Me abruman tantos mensajes. No sé si estoy hecha para estar en pareja”, “Uf tanta exigencia es demasiado. No puedo seguir”.
La cosa es ni tanto ni tan calvo. Como decía Aristóteles “en el término medio está la virtud”. Así que si los tortolitos quieren continuar volando juntos tendrán que empezar a verse de verdad y aproximar posiciones. Una tendrá que renunciar a estar tan demandante y dejar más espacio, en un acto de fe y confianza en el otro y en la vida. Y el otro tendrá que arriesgarse a caminar a paso más ligero hacia el compromiso, exponerse a vincularse emocionalmente y a abrir su corazón a lo que le depare la aventura. En los dos casos requiere de un acto de entrega y eso nos cuesta.
Seguramente al inicio de una relación amorosa lo que me más nos atrae de esa persona será lo que luego detestemos. Y luego llegan los reproches. Imagina el diálogo de la pareja de esta película tras tres años de matrimonio.
-“Eres muy poco cariñoso, un soso” (cuando al principio me encantaba su talante calmado).
-“Pues tú demasiado empalagosa” (antes me atraía esa efusividad e impulsividad)…
Cuando abandonamos la fase de enamoramiento o época fantasiosa (porque el ser amado nos mueve mucho pero lo vemos muy poco) llega la hora de la verdad. Amar es dejar de proyectar en el otro lo que yo quiero que sea. Amar es ver al otro, tal como es, en su imperfecta humanidad, con las cosas que nos irritan o molestan de su carácter, y querer seguir caminando a su lado.
El «fueron felices y comieron perdices» vamos a dejarlo para Hollywood. En la vida real la relación de pareja no es una foto fija con happy ending. Existen fases de dicha y otras en las que hay que lidiar con tensiones y reacomodar nuestra manera de vincularnos porque la pareja se transforma a la par que lo hacemos los miembros que la conforman.
Si crees que hay algo en tu elección de pareja que no va bien o sufres en tu actual relación, escríbeme.