Todos hemos sido víctimas de las circunstancias en algún momento dado de nuestra vida y nos hemos puesto quejosos como una manera de aliviar nuestro dolor y de sentirnos apoyados por nuestros seres queridos. Ahora bien, hay ciertos caracteres que se quedan instalados en la queja y se colocan en una posición victimista. Se dicen: “tengo muy mala suerte”, “nadie me entiende”, “mis padres, amigos, pareja, trabajo… tienen la culpa de mi sufrimiento”, “¿cómo me has podido tratar así?”…
Un carácter victimista, sin darse cuenta, pone el foco en todo lo negativo que le pasa, en todo lo que le falta, y lo exagera, tiñendo su vida de una oscuridad dramática. Manifiesta una tendencia a deformar la realidad de manera pesimista y a regodearse en el lamento para obtener la atención de los demás. Aunque parezca mentira, el sufrimiento se convierte en su zona de confort. Es como si, de alguna manera, estar en el drama de la víctima le proporcionara algún tipo de placer. Ahora bien, esta actitud le hace perder perspectiva y le incapacita para la autocrítica, para responsabilizarse y tomar las riendas de su destino. El victimista acaba desvalorando lo que sí tiene, y como consecuencia, y lo que es peor, daña su propia autoestima.
En terapia cuando pregunto a estos pacientes, por primera vez, “¿y tú para qué te pones en ese lugar? y ¿qué beneficio sacas de ello?”, me suelen mirar con cara de desconcierto. Reconocen que esa manera de actuar les produce sufrimiento, ira, resentimiento y negatividad. Sin embargo, no se dan cuenta de su responsabilidad en todo ello, puesto que en su visión, la culpa está fuera, en el mundo externo. Tienen muy poca conciencia de lo que se hacen, de cómo se agreden, de lo que quieren obtener con ello (cariño y atención, por ejemplo) y de lo que dejan de hacer. Y es que, si todo lo que me pasa depende del exterior, me quedo sin recursos. Yo mismo me sitúo en un lugar de impotencia del que es dificultoso salir. En cambio, si me doy cuenta en qué medida soy responsable de lo que me sucede, puedo dar pasos para cambiar ciertas dinámicas y para empoderarme.
Es fácil detectar quién está instalado en un rol victimista, pero no tan fácil reconocerlo desde dentro, cuando uno está en esta actitud. En muchas ocasiones se trata de un mecanismo automático, inconsciente, que se gestó en la infancia. El niño o la niña obtuvo a través de la queja o de la rabieta la atención, el cariño o los privilegios que quería de sus padres. El problema llega cuando de adulto continúa repitiendo este patrón y persiste en ello, aunque no obtenga los resultados deseados y además le provoque dolor y sufrimiento, e incluso aislamiento y soledad.
Obviamente, de entrada, escuchar el relato de un victimista despierta empatía y compasión. A uno le entran ganas de apoyarlo y ayudarlo. Ahora bien, cuando una persona utiliza su posición de víctima como un hábito genera un ambiente de culpa a su alrededor, y hace que los otros se sientan culpables por su situación, sin saber muy bien por qué. Ante la manipulación, los demás pueden acabar poniendo distancia, mostrando rechazo o confrontación. Esto aún da más alas a la neura del victimista, que acaba sintiéndose más solo, más enfadado y más triste. De nuevo “el mundo en contra mío”.
Si te pones en el papel de víctima de manera habitual, es interesante que te preguntes qué hay detrás de la queja. ¿Quieres ser escuchad@? ¿Necesitas sentirte querid@? ¿Quieres que te presten atención? ¿Estás eludiendo una responsabilidad? No identificar cuál es la necesidad que se esconde bajo el rol victimista te sitúa en un lugar de manipulación hacia los demás. En cambio, si te das cuenta de lo que quieres, puedes pedirlo al otro directamente. Expresa claramente tu necesidad. Y sobre todo pregúntate si obtienes lo que quieres situándote en el rol de víctima y cómo te sientes con tanta negatividad. Imagina, sólo por unos segundos, cómo puede ser tu vida viendo el vaso medio lleno en lugar de verlo siempre medio vacío.
El acompañamiento en terapia Gestalt puede ayudarte a poner conciencia sobre cuáles son tus patrones de comportamiento y a hacerte cargo de lo que te estás haciendo si sigues ahí. En definitiva, iniciar un proceso terapéutico te permitirá, poco a poco, cambiar una posición pasiva y derrotista ante la vida por una actitud activa y responsable, que mejorará tu salud emocional y tu autoestima.
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