El miedo es una de las cuatro emociones básicas junto con la alegría, la rabia y la tristeza, y nos acompañará a lo largo de nuestra existencia. El miedo nos avisa de un peligro externo o interno, por lo que cumple una función básica para protegernos frente a una amenaza y preservar la vida, nuestro instinto de conservación. Produce repliegue, contracción de energía, al igual que la tristeza, y esto lo percibimos en el cuerpo. Imaginemos que estamos en la calle y alguien nos asalta a punta de navaja para robar nuestras pertenencias. Ante la posibilidad de ser agredidos por una amenaza externa, es probable que nos sintamos pequeñitos y no opongamos resistencia.
El miedo provoca parálisis o huída pero también puede darse la reacción contraria, la lucha. Recuerdo hace unos años que estaba en el barrio del Raval de Barcelona, ya de noche. Un chaval apareció de la nada, le arrancó el bolso a mi hermana y huyó corriendo. En ese momento pensé en las llaves de casa de mis padres, que estaban ahí dentro, junto con su DNI en el billetero, donde figuraba la dirección familiar. En fracciones de segundo imaginé la bronca monumental que nos caería de papá, alarmado por la posibilidad de que alguien tuviera nuestra dirección y las llaves del hogar. De esto ya hace más de veinte años… El miedo al enojo de papá me hizo correr tras el muchacho a tal velocidad que ante mi implacable persecución soltó el bolso y se perdió por una callejuela. Mi hermana me aplaudió cual heroína de película y comentó que le pareció increíble la rapidez de mi reacción y aquel poderoso spring. En ese caso ante el miedo por anticipación a las consecuencias de la ira de papá reaccioné poniéndome en la acción, en forma de lucha. Momentos más tarde reflexioné que tal vez mi reacción había sido una temeridad. Y ¿si el ladronzuelo llega a entrar en un callejón donde hay una pandilla de amigos suyos aguardándole? ¿qué hubiera hecho yo allí sola?…
Otra característica del miedo es que se sitúa en el futuro, a diferencia de la tristeza o la culpa, que suelen remitir al pasado. Se tiene miedo a lo que está por venir. Por ejemplo, mañana tengo un examen importante y no he estudiado nada. Si siento temor a suspender la prueba es muy probable que hoy decida hincar los codos. En este sentido, el miedo también cumple otro papel importante, me informa de mis recursos personales ante alguna situación. Me ayuda a darme cuenta de mis limitaciones y en qué puedo mejorar. Y aquí tenemos otro elemento importante, la manifestación no neurótica del miedo nos lleva a ejercer la prudencia. Como dice el psicoterapeuta Marcelo Antoni, en su libro Las cuatro emociones básicas, «si sólo siguiéramos el impulso de la curiosidad, nos acercaríamos sin mirar, sin evaluar riesgos, provocando un daño propio o ajeno».
El miedo en el cuerpo
Como ya he comentado en otros artículos, todas las emociones son energía y las percibimos en el cuerpo. En el caso concreto que abordamos la sensación física del miedo es la de achicarnos y sentir frío. Incluso nos pueden temblar las manos o la voz y también quedarnos petrificados. Pongamos, por ejemplo, el polémico caso de la manada, en el que una joven de 18 años fue víctima de una terrible violación en grupo en Pamplona durante las fiestas de San Fermín del 2016. Uno de los argumentos esgrimidos por la defensa de los violadores es que la mujer no opuso resistencia. Es fácil de imaginar que ante una situación de horror y terror como la descrita, en la que está en gravísimo peligro nuestra integridad física y emocional, la única forma que encuentra el organismo de la víctima para sobrevivir sea paralizarse y desconectarse en la medida de lo posible de aquella traumática y dolorosa experiencia.
Este mecanismo lo compruebo a menudo con mi gato, un gran cazador, cuando atrapa en sus fauces a una lagartija, por ejemplo. Siempre que puedo, acudo a rescatar al pequeño animalito indefenso de las fauces del felino. Así que me acerco y saco de su boca al reptil. Lo dejo en un lugar seguro y os aseguro que el bicho tarda unos cuantos minutos a volver en sí. Víctima de un pánico atroz, puesto que está en peligro de muerte, está paralizado. Se queda petrificado, helado. Ésta es la reacción más extrema del miedo.
El miedo tiene mala prensa
El mecanismo que desata el miedo se encuentra en la amígdala. Se trata de la región más primitiva que se encarga de regular acciones esenciales para la supervivencia como comer y respirar. Está claro, pues, que el miedo nos ha permitido sobrevivir como especie y cumple una función importantísima. Sin embargo, no tiene buena prensa. La sociedad valora la valentía y el coraje y desdeña el miedo, considerándolo una debilidad. Fruto de esta creencia muchas veces me encuentro en terapia que esta emoción es ignorada o reprimida. Reconocer tener miedo muchas veces nos avergüenza, nos hace sentir desvalidos e inferiores.
Parece que tener miedo es igual a ser cobarde y lo «bueno» es ser valiente. Como es incómodo reconocerse en esta emoción miramos a otro lado, imaginando que ignorando los miedos éstos van a desaparecer o a hacerse más pequeños, y lo que conseguimos es absolutamente lo contrario. Cuando más tratas de suprimir el miedo, no dándole el espacio justo que necesita, evadiéndote con cualquier cosa para evitarlo, más lo experimentas. Y es que, sin lugar a dudas, «lo que resiste, persiste«. Y no lo digo de oídas. Uno de mis mayores temores en el pasado era el miedo a sentir el vacío. Y huía de él utilizando mil distracciones, llenando mi agenda de actividades, de gente, todo con tal de no quedarme sola y que ese agujero sin fondo me engullera. No fue hasta que me atreví a entregarme a mi propio vacío, a traspasar ese miedo, que por arte de magia ese temor se diluyó y os aseguro que no ha reaparecido jamás.
La valentía de darle espacio
Paradójicamente uno es más fuerte si puede reconocer sus miedos. No es más valiente quién no siente miedo, en ese caso es un temerario, sino aquél que toma de la mano a su miedo y en compañía de éste, se abre a la experiencia de la vida. De nuestros miedos podemos aprender muchísimo sobre nosotros mismos, sobre quiénes somos, qué necesitamos y sobre nuestros deseos, ya que el deseo siempre va acompañado del temor a que lo anhelado no se cumpla. El miedo puede convertirse en nuestro aliado si lo podemos sostener y aceptar como parte de nuestra vivencia, en vez de luchar en contra de él.
Así pues, aquí lo dejo para tu reflexión. ¿Sabes cómo te relacionas con esta emoción? ¿Qué haces habitualmente? ¿La niegas, reprimes o ignoras?, o por el contrario ¿te limita y bloquea por exceso? ¿Tus miedos están conectados con un peligro real o son miedos irracionales? ¿Puedes localizar esta emoción en tu cuerpo? ¿De qué tienes miedo?
Si tienes dificultad en reconocer o transitar algunas emociones, es posible que esto acabe generándote insatisfacción o ansiedad. Si éste es tu caso, puedes seguir así, ignorando lo que te pasa, o hacer otra cosa, tener la valentía de iniciar un proceso terapéutico. Tú eliges.