A veces, los deseos marchan por caminos opuestos
a esta extraña existencia.
A veces, la vida me zarandea con tal fuerza
que, asolada por el desconcierto,
temo futuras siniestras sorpresas venideras.
Cuando un fino velo gris
tiñe mi mirada,
pierdo la fe en la humanidad,
consagrada a mirarse el ombligo,
en una espiral de consumo y destrucción.
La vida se ceba injustamente
con los que menos lo merecen.
Y aquéllos que aborrezco,
seres individualistas, manipuladores,
mezquinos, cortos de miras,
ignorantes, necios,
siguen campando a sus anchas
en un mundo que no aprende, que no cambia.
Y entonces cuando creo que todo está perdido,
alzo mi mirada al cielo y la belleza toca de nuevo mi corazón.
Las nubes danzan sus colores vespertinos,
un faro alumbra a lo lejos.
Una desconocida inmortaliza el atardecer con un dibujo en su lámina,
una niña abraza a su perro,
las olas golpean sin piedad las rocas del acantilado
cual pensamientos que agitan mi mente en días revueltos.
Y respiro plenamente.
Huele a pino y a mar.
El sosiego de este entorno me engulle,
me salva.
Y entonces comprendo.
El amor es mi única salida.
El amor será, como humanidad, nuestra única salida.