Hace doce años viajé por primera vez a Senegal para trabajar de cooperante en una oenegé en Casamance y allí descubrí la danza y la percusión africana. La libertad, intensidad y fuerza que evocaban esos movimientos me enamoraron al momento. Desde ese flechazo instantáneo jamás me he separado de ella. Es cierto que en muchas ocasiones me cuestiono por qué bailo esta disciplina basada en una cultura y un folklore tan diferente al mío. ¿Qué me atrapa tan fuerte de este lenguaje ajeno a mi cultura? Podría haber seguido estudiando jazz, clásico y contemporáneo, pero no, fue descubrir la danza africana y rendirme ante ella.
Bailar es terapéutico. Todo lo que sea poner al cuerpo en movimiento es terapia. La danza africana para mí tiene un plus. Es una poderosa herramienta que te permite descargar, una función básica de la parte inferior del cuerpo, y eso te conecta con la corriente de vida. Cuando una persona está depresiva se queda colgada en la parte superior del cuerpo. Pierde el grounding, el arraigo a la tierra. En cambio, la persona enraizada siente que tiene debajo una base firme en la tierra y posee el coraje de moverse por ella. No se vendrá abajo ante el primer palo que le brinde el universo.
Así, pues, sin unos pies firmes en la tierra perdemos contacto con la realidad y necesitamos alimentar nuestro ego con fantasías ilusorias. ¿Qué pasa cuando bailamos danza africana? Bailar descalzas facilita el enraizamiento al igual que su postura básica con rodillas semiflexionadas. Es una danza aérobica y eso contribuye a ampliar mejorar y ampliar nuestra capacidad pulmonar conectándonos de nuevo con la vida. Los saltos, practicar el rebote y empezar a volar, permite unir en ti la tierra y el cielo, cosa que nos da una sensación fantástica de alegría y libertad.
Si quieres alzar el vuelo, te invito a sumarte al próximo intensivo. ¿Cuándo? Domingo 13 febrero de 12 a 14h en el Fórum de Barcelona.