Me educaron para ser una “niña buena”. Mi mamá se disgustaba muchísimo si no actuaba como ella esperaba y de chiquita experimentaba con mucha tristeza y culpa su rechazo temporal. “Si me portaba bien” me sentía querida; en cambio, si mostraba el más mínimo indicio de rebeldía recibía como castigo su frialdad un rato, para mí extremadamente largo. Con un carácter sensible a reprimendas, pronto “aprendí” que si hacía lo que el otro quería ganaba su estima y malinterpreté que no bastaba ser querida por el hecho de SER, sino que para ello tenía que hacer y “merecer” ese afecto. Este aprendizaje equívoco me llevó a desarrollar un carácter complaciente. Para ser querida tenía que mostrarme contenta y afable, reprimir la tristeza y sobre todo la rabia. De esta manera, empecé a construir un personaje: la niña buena.
El niño o la niña buena no son libres de reaccionar cómo sienten. Si conectan con el más mínimo sentimiento de malicia se sienten extremadamente mal, conectan con la culpa, y para evitar eso, en muchas ocasiones, dejan de lado sus necesidades para anteponer las del otro.
En la relación con los demás siempre están mis deseos y necesidades y los deseos y necesidades de los otros. Las personas de carácter complaciente tienden a posponer las propias necesidades para agradar a los demás. Olvidarse de una misma en pro de recibir el afecto del otro es, como poco, agotador. Las complacientes suelen vivir resentidas y frustradas con sus parejas, familiares o amigos, por no verse recompensadas como ellas creen que merecen “por sus sacrificios”, que seguramente los demás desconocen. Y lo digo en femenino porque nuestra cultura educa a las niñas para ser obedientes y sumisas, es decir, para ser unas perfectas complacientes.
Escondiendo la carencia
Una complaciente hace a los demás lo que cree que se espera de ella y eso comporta el uso inconsciente y automático de un mecanismo neurótico de defensa llamado proflexión. La proflexión consiste en hacerle a los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotras, sin que nadie nos lo haya pedido. Generalmente son acciones positivas y beneficiosas para los demás. Puede darse proflexión, por ejemplo, si acaricio o adulo a otra persona, cuando en realidad lo que deseo es que el otro me acaricie o me diga cosas bonitas y no lo pido directamente. ¿No sería más honesto expresar lo que necesito, en lugar de darle al otro lo que yo quiero y luego incluso enfadarme si no lo recibo de vuelta? ¿Debe el otro adivinar lo que yo deseo?
El carácter proflector esconde detrás de su supuesta generosidad desinteresada sus carencias. Necesita hacer acciones positivas hacia el otro, que nadie le pide, para sentirse útil, buena persona, porque internamente no está demasiado segura de ser digna de ser amada. Y si el mundo externo no le devuelve lo que espera (amor, aprobación, admiración) pasará factura de todo lo que ha ido entregando a los demás de manera voluntaria, sin que nadie, recuerdo, se lo haya pedido.
Pongo un ejemplo. Tengo dificultades para expresar a mi pareja que no quiero acompañarlo a una comida familiar. Por evitar un posible conflicto o en su imaginación defraudar la expectativa del otro, una complaciente preferirá hacer lo que cree que se espera de ella y luego probablemente estará contrariada, enfadada. En lugar de responsabilizarse de sus propias necesidades, satisfacerlas, y asumir las consecuencias como una adulta, prefiere optar por quedarse en la queja y sentirse víctima del supuesto egoísmo de la pareja. “Es que siempre hacemos lo que él o ella quiere”, puede lamentarse.
Pérdida del deseo y desconexión interna
Otra grave consecuencia de un carácter complaciente es una gran desconexión de su escucha interna, de sus deseos, por lo que pueden llegar a desconocer qué quieren o quiénes son en realidad. Esta desconexión y esfuerzo continuo por agradar al otro (porque sacrificar continuamente los deseos y necesidades propias por los demás, cansa) acaba por manifestarse en muchos pacientes en forma de apatía, de falta de vitalidad.
Un carácter complaciente se pierde en el otro. Está tan pendiente de la necesidad de la persona que tiene delante que no escucha qué le está pasando a ella o a él mismo. Cuando una pierde el contacto consigo mismo, deja de actuar de manera genuina.
Si tienes que ser siempre “buena”, porque ése es el personaje o máscara que te has construido para sobrevivir en la infancia, entonces nunca te permites lo opuesto, ser “mala”. En terapia Gestalt la salud está en la flexibilidad; es decir, que la persona tenga la libertad de elegir cómo actuar en cada ocasión respetando sus necesidades. Así que en ciertos momentos permitirse «ser un poco malo o mala” puede ser lo más sano. De lo contrario, nos vamos guardando cosas, reprimimos emociones como la rabia, que podemos somatizar en el cuerpo (en forma de dolor de estómago, dolor de garganta, migraña…), y todo aquello que no se expresa va enquistando la relación con el otro y perjudica nuestro bienestar.
Si tener que ser siempre bueno es seguir el automatismo de dejar pasar al otro por delante nuestro como norma, estamos condenadas a sufrir. Sufrir porque los demás no nos escuchan, sufrir porque no nos quieren cómo merecemos, sufrir por hacer sacrificios constantes y sufrir por no actuar como una realmente quiere. Tampoco se trata de hacer lo que a una le da la gana todo el rato. En este caso estaríamos ante un carácter también rígido en lo opuesto, excesivamente narcisista, con serias dificultades para empatizar con los demás, para ver al otro. Como en la mayoría de las cosas, en el equilibrio reside la virtud.
Si vives para agradar a los demás, todos te amarán, excepto tú mismo.
Paulo Coelho
¿Cómo trabajamos este asunto en terapia?
El proceso terapéutico ayuda a reconocer cuáles son los automatismos que seguimos, qué creencias hay detrás y cómo flexibilizarlas. Con la terapia Gestalt pondremos en cuestión mandatos del tipo “tienes que ser buena”, “si eres buena, te querrán” o “si eres mala, nadie te querrá”, que se esconden en el subconsciente. Se trata, en definitiva, de aprender a decir NO y permitirnos actuar en libertad y en coherencia con una misma.
No ponerse en primer lugar respecto al otro no es ser buena ni generosa, es tenerse muy poco en cuenta, y en definitiva, quererse muy poco. ¿Crees que te amas si no te respetas?, ¿crees que te amas si te pospones, si no te escuchas? ¿Te amas si has renunciado a mostrarte cómo eres? ¿Tú querrías a alguien que no es honest@ consig@ mism@ y no te muestra quién es? Y tanto sacrificio ¿para qué?, ¿para ser amad@?
Si te has visto reflejada en este artículo y esta manera de actuar te hace sufrir, puedes dar un primer paso para cambiarlo.