¿Cómo te llevas con la rabia?

La rabia es una emoción expansiva que moviliza en nuestro interior gran cantidad de energía para prepararnos a la acción y poder apartar aquello que nos molesta. Sentir enfado es natural y, como el resto de emociones, la rabia necesita ser expresada, tener su espacio. Su expresión evita, entre otras cosas, que nos traguemos el “cabreo” y acabemos volcándolo en contra nuestra, provocando somatizaciones en el cuerpo (dolor de estómago, dolor de garganta, dolor de cabeza…) o que acumulemos resentimiento. 

Yo, como muchas mujeres, fui educada para reprimir la rabia. Y pasaron varios años de terapia hasta que pude expresarme desde el enfado, sin censurarme, sin suavizarlo, o sin reír, para evitar contactar con una emoción que me hacía sentir que “estaba siendo mala” y que me conectaba con la culpa neurótica. Para mí, la agresividad era un concepto negativo que no casaba con el yo que quería proyectar hacia fuera, por lo que no me permitía mostrarme enfadada en público y arrinconaba esta emoción, negándola en muchas ocasiones. 

Es algo común. Me encuentro con numerosos pacientes que tienen grandes dificultades para poder reconocer el enojo, primero, y permitirse expresarlo, en segundo lugar. Y entonces para evitar sentir la rabia se van a la tristeza, que es una emoción “mejor considerada”. Pero, ¿qué pasa si no damos salida a esta emoción por creerla “negativa”? La consecuencia es que estamos conteniendo en el interior una explosión que quiere encontrar una vía de escape, con lo que nos convertimos en una especie de olla a presión. Siguiendo con este símil, es fácil comprender que es mucho más sano dejar salir un poco de vapor de vez en cuando, que ir censurando y acumulando rabia en el interior de la olla. De lo contrario, el día que la olla no tenga más espacio en su interior, la salida del vapor a presión de la ira será más intensa, exagerada y ensordecedora. 

La rabia dispara el ritmo cardíaco, la presión arterial y la adrenalina llevándonos a acciones que en otro estado emocional seríamos incapaces de imaginar o atrevernos a hacer. A pesar de ser una de las emociones más censuradas por nuestra sociedad, sirve para defendernos, para poner límites o para confrontar una frustración que impide satisfacer nuestras necesidades. 

Por ejemplo, un bebé empieza a tener la sensación de hambre y lo manifiesta en forma de llanto. Si ante el reclamo, la mamá no acude a saciar su necesidad, instintivamente el llanto se transformará en una rabieta. Es natural, ya que para el bebé está en juego su supervivencia. Si alguien no le da de comer puede morir y para él no existe la noción del tiempo. Sólo el aquí y el ahora. Así, pues, vemos desde las primeras etapas de la vida del ser humano la tremenda importancia que desempeña la rabia.

El enfado también nos conecta con nuestra fuerza. Imagina que cada vez que alguien te hace una putada, en lugar de enfadarte, te pones triste, porque no te permites estar en el enojo. Lo que pasa es que te desenergetizas y será difícil que algún día reúnas el valor para plantarle cara. Por este motivo, la rabia no es una emoción que tengamos que eliminar para ser más felices. Es un indicador de una insatisfacción personal. Así que la clave está en ver qué hay detrás de ese enfado, qué dice de mí, expresarlo si es necesario y luego dejarlo ir. Ahora bien, cuánto más te niegues a reconocerlo más se quedará en ti y en tu cuerpo. Y el cuerpo nunca miente.

En realidad la connotación negativa que socialmente se le da a la rabia tiene su origen en la ira mal expresada y gestionada, que de manera desbocada nos puede llevar a hacer actos de los cuáles nos arrepintamos minutos después. Por esta razón, me parece importante distinguir entre una expresión del enojo de forma sana o una expresión de la rabia neurótica o incluso patológica. Y esto va a depender de la experiencia, la vivencia y el aprendizaje que el niño haga desde que nace con su entorno. 

Cuando un niño o una niña no obtiene lo que espera o desea, surge un sentimiento de frustración que desemboca en la rabia: rabietas, lloros, gritos, pataletas. Si un pequeño expresa rabia y tras ello obtiene el acompañamiento emocional de la madre, se sentirá seguro. En el caso que la madre reaccione de manera negativa ante esta emoción, el niño aprenderá a reprimirla desarrollando un carácter con dificultades para reconocer el enfado y poder expresarlo. 

En terapia Gestalt te acompañamos a darte cuenta de cómo te relacionas con la rabia. ¿Descargas el enfado hacia fuera o lo reprimes hacia dentro? Si eres de los que has aprendido a contener la rabia, te ayudamos a reconocerla para poquito a poco empezar a expresarla y sacar todo lo que has tragado y callado a lo largo de los años, con el fin de evitar el conflicto o de complacer a los otros. En cambio, si tienes un carácter más bien colérico el trabajo irá en sentido contrario. Aquí será útil tomar conciencia de los efectos de descargar la rabia sobre ti y sobre los que te rodean y responsabilizarte de ello. El proceso te ayudará a modular la intensidad de la ira. Puede ser interesante preguntarte para qué te sirve mantener ese cabreo, estar fijado en esa emoción. Es posible que prefieras mostrar esa máscara de fuerza en lugar de arriesgarte a mostrar tu vulnerabilidad. Sin embargo, el precio que pagas puede ser la soledad. 

Si reconoces algunas de estas dificultades para transitar la rabia y quieres ponerle solución, escríbeme sin compromiso.

Imagen de Pixabay

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