A estas alturas de la vida aspiro a
disponer de espacios ahuecados,
en los que aminorar la marcha,
calmar mi mente
y dejarme abrazar por lo sencillo.
Atisbar en el silencio
el suave silbido de los pájaros,
hojas acunadas por el viento.
Sentir las caricias del sol,
que me cuida desde lo alto,
deleitarme con la belleza verde
que me envuelve.
Agradecer el cuerpo que habito,
el aire que respiro.
La felicidad ya no consiste en trazarme metas,
conseguirlas, perseguir incansable
el reconocimiento.
Ahora no le temo al vacío
y me entrego a él
dejando que lo llene todo
soltando el control,
sosteniendo la incertidumbre,
el misterio de lo sagrado.
Ya no sitúo la dicha en un futuro que no existe
perdiéndome lo único que tengo,
este maravilloso momento presente.
A estas alturas,
el éxito no está fuera, está dentro.
He podido ir soltando lastre.
Aparcar mi orgullo,
no pretender ser tan especial
ni tan divina
sino más honesta,
de carne y hueso, en definitiva.
Hoy, valoro el recorrido trazado hasta presente,
que me ha permitido descubrirme, conocerme,
desilusiarme de mí misma, enfadarme,
y un tiempo después, reconciliarme,
para aceptarme entera,
y, por fin, amarme, como se ama de veras,
sin autoengaños.
Con alegría tranquila
me dispongo a abrazar mi 44 cumpleaños.
Agradezco al universo lo sencillo.
Existir.
Amar y ser amada.
Y haberme dado permiso para crecer
sin dejar de soñar.
No cejar jamás en el empeño de nutrir mi alma,
con escritura, terapia y mucha danza.
Sin alas para despegarme de la tierra
vagaría en un laberinto sin salida.
Valoro el recorrido trazado hasta presente
y el coraje requerido
para apostar por lo que quiero,
a pesar de los pesares.
Me conmueve haberme atrevido,
haberlo intentado,
aunque haya pecado de ingenuidad y osadía.
A estas alturas de la vida valoro cumplir años,
por más que ellos añadan
ineludiblemente más surcos en mi cara.
Veo todo lo que me queda por aprender
pues sigue ahí en ciertos momentos
la rigidez de mi carácter.
Aún así, en ciertos instantes mágicos
puedo atisbar cuán cálido y compasivo
es mi corazón.
Y experimentar la ternura inmaculada
que allí se oculta.
He podido visitar ese santo lugar
despojándome con suavidad de corazas defensivas
que habían alzado tapias
en lugares donde ahora, a través de las grietas,
la luz irradia.