¿Confrontar o apoyar? El delicado arte de acompañar en terapia Gestalt
Una de las cuestiones que más se ha criticado a la terapia Gestalt es un mal uso de la confrontación en sesión, cuando el paciente se autoengaña y manipula para evitar contactar con lo incómodo y doloroso.
Cuando una persona llega a terapia por primera vez es el apoyo y la empatía lo que prima en las sesiones, puesto que el vínculo entre terapeuta y paciente aún no está establecido.
Apoyar es reforzar las expresiones auténticas y genuinas para que aprendas a darte el permiso de ser tú misma con libertad.
Ahora bien, conforme avanza el proceso, si como terapeuta sólo te ofrezco apoyo, la cosa empezará a cojear y difícilmente podrás darse cuenta y empezar a despojarte de viejos patrones neuróticos. Confrontar no quiere decir empezar a dar “zascas” sin más. No es agredir ni querer hacer sentir mal al otro. Se trata de señalar los juegos neuróticos con el objetivo de frustrar las manipulaciones, evitaciones o falsedades, que impiden el contacto real con la experiencia.
Confrontar es emitir una devolución respetuosa de lo que está pasando en la relación terapéutica. Por ejemplo, si una paciente se enrolla como una persiana y esa cháchara no lleva a ningún sitio, confrontar es hacerla parar unos minutos, llevarla al silencio, para que entre en contacto consigo misma, respire, y se dé cuenta de para qué toda esa verborrea. Y es que a veces ese parlancheo no es más que una táctica inconsciente para sabotear la terapia y no entrar a trabajar nada doloroso en profundidad.
En terapia se ha de dar un equilibrio entre apoyo y confrontación. Si como terapeuta peco de exceso de apoyo estaré infantilizando la relación. Es como si no confiara en que existe en ti una adulta con capacidad para sostenerse y no estaría facilitando el fin mismo de la terapia, que es que el paciente gane en autoapoyo para alzarse sobre sus propios pies.