Iniciar un proceso de psicoterapia siempre genera cierto respeto, por no decir miedo. Miedo al cambio, a lo desconocido, a no estar a la altura de las expectativas de uno mismo… Todos estos fantasmas inconscientes llevan en muchos casos a optar por seguir en el sufrimiento y no buscar ayuda. Nos quedamos en eso de “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Un refrán popular, repetido por generaciones de padres a sus hijos, que, por desgracia, ha hecho mella en muchos de nosotros volviéndonos unos cobardes o, en el mejor de los casos, unos postergadores. Me gustaría con este post poder despejar algunos de estos fantasmas o resistencias que nos impiden dar el paso de embarcarnos en la aventura del autoconocimiento.
Todos nacemos siendo seres creativos. Basta contemplar cómo pinta su realidad un niño en una hoja de papel en blanco. A lo largo de los años vamos desconectándonos de esta preciosa capacidad innata, encorsetados por una educación castradora y lo que espera de nosotros la familia y la sociedad. La terapia Gestalt básicamente te devuelve ese enfoque creativo de la vida, que perdimos al hacernos adultos. Una creatividad que te hace libre para SER.
Voy a explicarlo con un ejemplo. Un carácter retraído suele dar mil vueltas a los “asuntos” y tiene serias dificultades para pasar a la acción, mientras que un carácter más impulsivo tiende a ponerse en movimiento sin recapacitar lo suficiente, sin haber tomado conciencia. Ni el retraído ni el impulsivo están actuando desde la libertad, sino bajo unos patrones de comportamiento rígidos y estables a lo largo del tiempo, que acaban comportando malestar tanto para uno como para otro sujeto. Al carácter más inhibido, su falta de empuje y decisión, le hará perder el tren en muchas estaciones de su vida. Al carácter más lanzado, una serie de elecciones hechas sin ton ni son, le acarrearán, sin duda, un cúmulo de situaciones y consecuencias indeseadas, por falta de reflexión y conciencia.
¿Qué es mejor? En realidad, no es más sano ni uno ni otro patrón de comportamiento. Más bien, los dos sufren del mismo mal: una rigidez en su pensamiento y en su modo de actuar. Uno no puede permitirse ser más espontáneo y ponerse en movimiento, y el otro no puede pararse a reflexionar. Y la cosa es que hay situaciones en la vida en que se requiere de explosión y acción, y otras en las que analizar consecuencias nos permitirá tomar la decisión más acertada de acuerdo con nuestro ser, nuestras convicciones o proyecto de vida. Con la psicoterapia uno puede darse cuenta de cuáles son sus automatismos y las rigideces en su carácter y tras esta toma de conciencia, comenzar a ensayar otras respuestas, poniendo en cuestión prejuicios o introyectos, falsas creencias, miedos y fantasías catastróficas.
Con esto me refiero a poder elegir en cada momento qué respuesta quiero dar, cómo paso a la acción o no, cómo me relaciono con los otros, etc. Se trata de darte el permiso de fluir y vivenciar las situaciones cotidianas del aquí y ahora con la “disposición a nacer cada día”, como decía el psicoanalista humanista, Eric Fromm. Así, pues entiendo la terapia Gestalt como un espacio para encontrarse con uno mismo y desde ese lugar recuperar las aptitudes y actitudes perdidas. Decía el psiquiatra, neurólogo y psicoterapeuta clínico integrativo, Juanjo Albert, “de la dolorosa travesía hacia la maduración e individualización, pasando por la desconexión de nuestra esencia, permanece la experiencia de vacío, de falsedad y de anhelo por lo perdido (…). De este pasaje nos queda un estado de desasosiego que percibimos como insatisfacción, tristeza, inseguridad, miedo y angustia, consecuencia del acto de traición al que nos vimos abocados a cometer hacia nosotros mismos: traición a nuestra esencia.”
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