Thérèse, una vida al servicio de los demás
Soñé que estaba en un hospital de campaña habilitado para asistir a los soldados heridos. La primera guerra mundial había estallado meses atrás. Yo era una joven enfermera francesa y trabajaba codo a codo con otra enfermera, Thérèse. Ella se había convertido en mi compañera inseparable de fatigas.
Hablábamos largo y tendido sobre las atrocidades de esa estúpida guerra que había arrancado de nuestras vidas a hermanos, amigos, novios y a mi padre. Lo único que mantenía nuestra cordura era la firme voluntad de ayudar, salvar vidas. Apenas descansábamos, sobre todo, Thérèse.
Admiraba a esa mujer voluntariosa, cuya entrega y servicio al otro parecía desdibujar sus necesidades. A pesar de la crudeza de esos tiempos, ella siempre sonreía y nos llenaba de esperanza.
Los soldados malheridos no cesaban de llegar al precario hospital. Las enfermeras no dábamos al abasto. Cada día teníamos que asistir gangrenas y amputaciones terroríficas, acompañar a los heridos en sus dramas particulares: pérdidas de miembros, ceguera, locura, metralla, infecciones mortales… Y allí en medio de ese horror sólo la mirada cómplice, amorosa, de Thérèse, me salvaba de anhelar la muerte para perder de vista aquella monstruosidad provocada por el ser humano.
Una bomba acaba de caer en el endeble centro sanitario. La onda expansiva me deja sorda. La muerte campa a sus anchas a mi alrededor. Rostros deformados por la angustia. Corro de un lado a otro con dificultades para respirar. La polvareda me está ahogando. “¿Thérèse, dónde está Thérèse?” No logro encontrarla. Los supervivientes tratan de rescatar a los malheridos. Rebusco entre los escombros y allí la encuentro, desparramada en el suelo, con un gran agujero en el vientre. Intento cubrir la herida con mis manos y evitar que la sangre escape de aquel cuerpo aún con vida. Ella me mira a los ojos y me sonríe serena. Toma mis manos llenas de sangre y ahí nos quedamos mirándonos a los ojos, en silencio.
Al soltar el último aliento le susurro una promesa: Volveremos a vernos.
Décadas más tarde, noviembre de 1975, una mujer da a luz a una niña. La joven sonríe con ternura a su bebé. Así comienza para las dos almas un nuevo viaje juntas.