Luna, la valiente
Nació con la ebullición de la primavera y eso marcó una impronta de frescura y alegría en la niña que la acompañaría toda su vida. Al salir al mundo y ver la luz que desprendía, sus papás quisieron ponerle un nombre muy especial. La llamaron Luna. La niña creció sana y feliz y fue forjándose de una fuerte imaginación. Tenía el don de saber endulzar hasta los momentos y las personas más amargas, lo que la convertía en un gran tesoro para sus seres queridos. Su capacidad de suavizar lo que para muchos era insuavizable era algo envidiable, si bien en alguna ocasión impedía el poder verla del todo.
Luna se convirtió en una muchacha risueña, soñadora y bailadora. Ella albergaba un gran secreto. Seguía creyendo en la magia. Un buen día se fue a clase de danza y allí apareció un apuesto joven, de piel tersa chocolate y con una sonrisa que derretía. Luna sintió tal impacto en su pecho que se asustó y quiso salir corriendo. Una poderosa atracción por aquel joven emergía incontrolable de su interior. Y empezó a imaginarse que era un rey mago negro, venido de tierras exóticas a buscar aventuras.
A menudo se pillaba fantaseando y se reñía a sí misma. El muchacho, a su vez, quedó profundamente enamorado al verla y la llamó “Miluna”. En los días venideros Luna tenía visiones. El apuesto joven, Omar, se le aparecía en diferentes sueños. La chica atemorizada no sabía cómo frenar toda aquella intensidad de emociones. “No quiero complicarme la vida”, se decía. “El choque cultural hace imposible una relación de pareja”. El miedo se mezclaba con el deseo en una espiral sin fin.
Omar andaba deprimido por las calabazas que recibía de su enamorada. ¿Qué hago para que me quiera?, musitaba entre suspiros. Pasaron meses y finalmente el deseo ganó la batalla al miedo y Luna tuvo que coger a su temor de la mano para atreverse a vivir ese amor tan bello. Años después, la feliz pareja sigue cuidando el uno del otro como el primer día. Pero… como la vida es una aventura, en el horizonte de la historia de nuestros protagonistas afloran nuevos deseos y nuevos miedos.
La muchacha sueña de nuevo. En sus visiones se le aparece un angelito café con leche con la misma mirada pícara que su precioso rey negro.
Quién no desea, no teme. Y valiente no es el que no siente miedo, sino el que con su miedo a cuestas camina hacia sus deseos.