Un cuento inspirado en la luna llena…

Habitaba en una extraña inmensidad oceánica, apacible y oscura. El diminuto ser ocupaba su tiempo dejándose mecer por aquellas aguas cálidas y explorando los límites de aquel reino placentero y seguro. Se sentía conectado con la divinidad, que le susurraba su nombre en muchas ocasiones: “Ángela”. Y entre sueños y juegos pasaba su existencia. Aquél era su preciado mundo.

El tiempo transcurrió hasta que, por algún motivo desconocido, aquel espacio hermoso se fue estrechando hasta prácticamente asfixiarla. Ángela ya no disponía de espacio para moverse. Imposible cambiar de posición. De repente se abrió ante ella un canal estrecho y todo indicaba que tenía que aventurarse a atravesarlo. Una fuerza natural la empujaba hacia fuera y la presión era tal que durante unos segundos perdía la respiración. Sufría. Sin embargo, no se sentía preparada. ¿Cómo reunir el coraje para soltar aquello conocido y lanzarse al abismo? Necesitaba más tiempo. La claustrofóbica incomodidad era en cierta manera aún soportable.

Así transcurrieron varias horas angustiosas en las que se sentía morir. En un determinado momento un monstruo metálico la tomó por la cabeza y empezó a arrastrarla hacia fuera. «Esto es el fin», pensó. Se entregó a esa irremediable muerte.

Y nació. Y cortaron el cordón. Y la separaron de aquel paraíso, para siempre.

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