Alma en camino

Alma permanecía inmóvil en su cuarto contemplando cómo las ínfimas motas de polvo se suspendían en el aire. “Necesito tiempo”, se dijo. Al anochecer decidió armarse de valor y salir al mundo.

Un enorme cielo salpicado de estrellas se cernía sobre su cabeza. A pesar de esa esplendorosa belleza, la atmósfera se le hacía insoportable. Sentía el corazón comprimiéndose dentro de su pecho, sin espacio para respirar con naturalidad.

Sus pies empezaron a andar como si tuvieran vida propia. Atravesó senderos, cruzó puentes, dejó atrás prados y montañas. Extenuada, de pronto, se detuvo. Un manantial cristalino apareció frente a ella. La joven sorbió un trago fresco del líquido que emergía de la tierra y tomó conciencia de su nuevo estado. Se percató de que ya no se sentía agitada. Una luz dorada bañaba aquel paraje. Los reflejos se colaban entre los resquicios de las hojas del espeso follaje. Un pajarillo rojo, verde y anaranjado musitaba una especie de mantra celestial que acompañaba el susurro de la cortina de agua deslizándose hacia la poza. Alma pensó en lo agradecida que estaba en aquel momento. La naturaleza mostraba un delicado equilibrio. Todo encajaba. Un orden natural se encargaba de cuidar el universo y ella, diminuta e insignificante, formaba parte de esa grandiosa totalidad.

Recordó su infancia, su relación con sus padres y el lugar que ocupaba en la familia. También recordó todo lo que había dejado atrás, una relación de pareja insatisfactoria, un puesto de trabajo tedioso y carente de sentido para ella, amistades con las que ya no compartía más que el pasado, un estilo de vida frenético, lleno de estímulos pero vacío. Alma lo abandonó todo porque un gran agujero anidaba en su interior y temía ser engullida por él si no cambiaba su vida. Y ahora estaba frente a ella, sin más apoyo que el suyo propio, y sin embargo, respiraba confianza, el mismo aroma que perfumaba aquel lugar mágico.

La mujer aspiró aquella fragancia que la envolvía y los colores que percibía se tornaron más intensos y penetrantes. Confluyó de tal manera con el entorno que experimentó cómo sus límites se difuminaban con la fuerza ancestral del lugar. Esa fusión con el todo era lo que ella había estado buscando. En ese momento comprendió que no sería ni una pareja, ni un trabajo lo que aliviaría su enorme vacío, sino esa comunión entre su esencia y la esencia natural y cósmica del universo. La mística experiencia se desvaneció cuando unos nubarrones escondieron el sol tras de sí. Alma había perdido la noción del tiempo y no sabía cuánto le quedaba hasta el anochecer, así que inició su camino de retorno. Desconocía cuáles eran los pasos a seguir pero sentía el alivio de la confianza anclándola a la tierra.

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